¿A qué huele el pasado?

Caty Arévalo (EFE)
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Un equipo de pioneros en arqueología experimenta situaciones de la Prehistoria tan singulares como evocar olores, sonidos o superficies de hace 400.000 años para entender mejor los usos y costumbres de la antigüedad

¿A qué huele el pasado? - Foto: EFE/ Blanca Millez

Mucho se conoce de la Historia antigua de la Humanidad, de cómo eran sus sociedades, sus relaciones, su economía y hasta su arte. Pero poco o nada se sabe de su intrahistoria más profunda, aquella que está relacionada con sus sonidos, sus olores y sus sensaciones.

Sin embargo, oler, escuchar y tocar el Paleolítico ahora es posible gracias a una disciplina conocida como arqueología experimental, en la que España tiene científicos punteros, y en la que a través de ella se puede saber cómo olía una vivienda o cómo sonaba una flauta de hace 400.000 años.

«Siempre que surja una pregunta sobre el pasado, podremos recurrir a la arqueología experimental para darle respuesta», resume uno de los artífices en esta disciplina, el catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM) Javier Baena.

Su pasión por aprender cómo se hacían las cosas en la Prehistoria comenzó con siete años cuando, tras visitar por primera vez un museo arqueológico, empezó a tallar rocas para imitar las herramientas que había visto. En Madrid no lo tuvo complicado, ya que abunda el sílex o pedernal, el material con el que fabricaban sus armas y útiles nuestros antepasados.

Sus habilidades para tallar llegaron a oídos de dos investigadoras sobre la Prehistoria en la UAM, Concepción Blasco y -la ya fallecida- Rosario Lucas, que lo «ficharon» para que recrease en directo lo que ellas explicaban en sus clases en los años 70. Así comenzó el primer centro de arqueología experimental (LAEX) de España, el lugar donde expertos y estudiantes recrean la vida de hace miles de años.

El LAEX no es un laboratorio al uso, aunque disponga de salas de investigación y de almacenes donde recopilar los utensilios prehistóricos, sino que además cuenta con un espacio abierto donde fabrica el pasado. Hay roca en abundancia para tallar, huesos, astas de venados, tendones, pieles, fibras vegetales e incluso cadáveres de animales (fallecidos y cedidos por los zoológicos) en un arcón, a partir de los cuales se recrean los usos y costumbres de la antigüedad.

La clasificación del contenido de sus grandes cajones ejemplifica los artefactos que elaboran los investigadores para que el visitante toque, huela y escuche la Historia: flautas hechas de huesos de avestruz, silbatos, agujas, arpones, útiles básicos para hacer fuego, colgantes ornamentales o pegamentos de materiales naturales.

Baena talla bifaces dando golpes rápidos y precisos a una roca de sílex con una pieza de asta de ciervo. En apenas segundos obtiene un arma extremadamente afilada con la que se podría cortar carne, tendón o trabajar la piel de un animal, entre otros.

«Pese a lo que parece, no estamos jugando. La reproducción experimental parte de una base científica que es lo que nos permite a los investigadores y a la sociedad entender de forma rigurosa el pasado», relata el catedrático de la UAM mientras talla.

«Se trata de instrumentos que esculpían rápido para una ocasión. Descuartizaban una presa para llevarse las partes que más les interesaban y como tenían prisa, porque en cualquier momento podía acechar un león o una hiena, se llevaban la carne y abandonaban sus bifaces porque podían hacer otras nuevas de forma sencilla y rápida», señala Marcos Terradillos, investigador de arqueología experimental en la Fundación Atapuerca, en Burgos.

A base de replicar estas técnicas, los científicos han ido comprendiendo cuál era la forma de tallar este tipo de útiles. Y ese conocimiento, junto con las nuevas tecnologías, les permite saber hoy cuestiones como si una pieza fue elaborada por un tallador más o menos experto.

«Un yacimiento arqueológico nos ofrece, a lo sumo, el 10 por ciento de las piezas del puzzle, y la arqueología experimental nos proporciona muchos otros elementos a raíz del estudio y la recreación que hacemos con lo que hemos encontrado», añade Terradillos.

Las casas de hace 80 siglos

Pero el LAEX no solo recrea las piezas y las técnicas con las que cazaban nuestros antepasados, sino que también reproduce los olores de entonces. Así, la investigadora Concepción Torres da vida a la esencia de las viviendas del Mesolítico en la Península Ibérica en base al análisis de lo encontrado en los yacimientos.

«En las viviendas realizaban procesos de secado y ahumado de pescado, que hemos recreado a través de polvo de humo, escamas de peces, de otros aromas que ya encontramos preparados hoy día. Los hacemos, los testamos y vemos si realmente huelen a lo que perseguimos», detalla.

Torres encapsula esos olores en un tarro, y, al abrirlo, su fuerte olor a rancio y a grasa de pescado seco nos transporta a una vivienda peninsular de hace unos 8.000 años.