Tristes tiempos para mi atribulada España; tristes tiempos en que todo parece ir al revés; tristes tiempos en que los lobos vigilan a los rebaños, los jueces son perseguidos y Montesquieu yace olvidado en su tumba. Tiempos de confusión, de desesperanza. Tiempos de división, de ira… Tiempos en que la gente se vende por un plato de lentejas… Tiempos de mentiras; tiempos en que nada es lo que parece… Tiempos de disgregación y de humillación… Tiempos de charlatanes que hoy dicen digo y mañana diego con inaudito cinismo… Tiempos de sádicos y de ladrones dispuestos a vender su alma al diablo sin perder un ápice de sonrisa. Tiempos de Koldos y de rufianes… Tiempos, en una palabra, que auguran estrepitosos derrumbes y caídas como la de Nínive y la de Babilonia, que decía Lorca, víctima, él también, de una locura colectiva muy parecida a la que vivimos.
Nadie en su sano juicio se explica lo que está ocurriendo en España. ¿Cómo es posible que los mecanismos de una democracia que creíamos, si no perfecta, sí al menos para ir tirando, lejos de dictadores y aventureros de pólvora y sacristía, se hayan resquebrajado al punto de ofrecer el vergonzoso espectáculo ante el mundo entero? Lo que vemos en España estos días sólo tiene parangón con la Rusia de Putin, el Israel de Netanyahu o la Venezuela de Maduro.
Las escandalosas mentiras con que nos aventan nuestros gobernantes día a día; el férreo control de los medios de comunicación, manipulando a diario noticias, callando aquí, recalcando allá, ocultando la verdad casi siempre, con una falta de honestidad inaudita, y actuando como si realmente considerara al pueblo niños cándidos, susceptibles de manejar a su antojo, no tiene parangón.
España va camino, si es que no lo es ya, de convertirse en un lodazal putrefacto, un mundo regido por políticos corruptos y sin alma; una sociedad infecta en la que viven como tenias los intermediarios, comisionistas, asesores, consejeros, vagos y pelotas camastrones, conformando un mundo perfectamente comparable al de finales del siglo XVII español, aquella España fétida sin honor ni vergüenza, en la que, de seguir las cosas como van, pronto empezaremos a ver filósofos cubiertos de harapos y enarbolando una lupa, buscando "hombres".
En la vida, situarse por encima de los demás dispuesto a todo con tal de seguir mandando, es una aberración, tanto o más como la de la banda de tipos serviles y acomodaticios que, como los corderos de Panurgo avanzan hacia el abismo para despeñarse con su amo. Este aventurero listo, como se le conoce por Europa, que no le hace ascos a nada ni a nadie, confiando en salir victorioso del lance con mil argucias, es un producto derivado de aquellos validos de antaño, y como ocurrió con ellos, nos dejará, si Dios no lo remedia, un país roto, más hondamente escindido de lo que estaba, y humillado hasta límites insospechados.
Y pensar que tiene la osadía de seguir denominándose socialista un autócrata como él… Hay que tener bolaños… ¿Qué puede pensar un delincuente que lleva años pudriéndose en prisión por terrorismo, robo, estafa o malversación viendo que hay españoles de tercera, de cuarta y catalanes? ¿Se puede considerar socialista a un individuo que aplica con rigor milimétrico la vieja máxima de "a los amig(uetes) el oro, a los enemigos (la fachosfera) el hierro, y a los indiferentes, la legislación vigente?
Por primera vez, el español de bien, entre los que presumo encontrarme, empieza a tener miedo (miedo físico), porque nada bueno puede salir de esa mezcla explosiva de Sánchez/ Puigdemont /Otegi. ¿Qué hacer en una coyuntura tal?, qué decía Chernishevsky. ¿Callar, mansamente, dejar que los amnistíen, que se vayan con la parte gruesa del león y que, para colmo, te tilden, con sorna, de pardillo?