Cercano, austero, humilde, revolucionario... Muchos son los adjetivos que hacen referencia a la personalidad del Papa Francisco, pero no son pocos los que hoy todavía se preguntan cómo fue la vida de este jesuita argentino antes de llegar a hacerse con las riendas del Vaticano y convertirse en el primer Pontífice latinoamericano de la Historia. Hijo de inmigrantes piamonteses -su padre, Mario, era contador, empleado en ferrocarril, mientras que su madre, muy cercana a él, Regina Sivori, se dedicaba al cuidado de sus cinco hijos-, Jorge Mario Bergoglio nació en Buenos Aires el 17 de diciembre de 1936. El emblemático barrio de Flores fue el epicentro de su particular universo y en sus calles fue forjando su niñez entre rayuelas y balones de fútbol. Amante del tango y de la música clásica, pronto comenzó a sentir predilección por la literatura, una práctica que acabaría convirtiéndose, junto con el cine, en una de sus grandes pasiones. Una mujer que acabó dejando una huella imborrable y única en la vida del padre Jorge fue su abuela Rosa Margarita, la matriarca que llevó a la familia de Italia a Argentina en enero de 1929. La relación que mantuvo con ella fue muy estrecha, muy especial. Doña Rosa, en cuya casa pasó mucho tiempo, le abrió los ojos a la vida, le enseñó a rezar y le marcó para siempre en todo lo concerniente a su incipiente fe. «Mi abuela Rosa ha significado mucho para mí. En mi breviario tengo su testamento y lo leo a menudo. Para mí es como una oración». Con solo 13 años, el joven Bergoglio tuvo, por expreso deseo de su padre, sus primeros contactos con el mundo laboral al mismo tiempo que continuaba volcándose en sus estudios secundarios y dando pasos de compromiso político alentados por una efervescente adolescencia. Fue una época convulsa, bajo la presidencia de Juan Domingo Perón y Evita, cuyo momento más dramático se vivió con el atroz bombardeo de una veintena de aviones de la Naval sobre una multitud que se manifestaba en la Plaza de Mayo (1955) y en el centro de Buenos Aires, y que se saldó con más de 360 muertos. La llamada de Dios, no fue una sino varias. La primera le llegó a los 17 años cuando disfrutaba bailando con tangos y milongas, otra de sus grandes pasiones. Unos dicen que fue por influencia de un confesor de la parroquia de Flores, cuando paseaba con una novia y sintió la necesidad de entrar a confesarse; otros, por la frase de una monja -«Con tu dolor estás imitando a Jesús»-, que le reconfortó cuando cayó gravemente enfermo de una pulmonía de complicado diagnóstico y le tuvieron que extirpar una parte de su pulmón derecho. Ya fuese por unas u otras razones, Bergoglio tomó la decisión de hacerse sacerdote, una noticia que sentó de distinta manera en la familia. Su madre se posicionó en contra y hasta tal punto le molestó la decisión, que no fue a verlo en los primeros años que pasó en el seminario diocesano de Villa Devoto.
Los alumnos le llamaban 'profe carucha', un docente severo y respetado
Jesuitas
Bergoglio apostó por formarse con los jesuitas, siempre a la vanguardia de la enseñanza, de marcada esencia espiritual y de carácter misionero, accediendo, el 11 de marzo de 1958, al noviciado de la Compañía de Jesús, para completar su formación con humanidades y licenciarse en Filosofía y Teología en Chile y Argentina. Entre 1964 y 1965 fue profesor en el colegio La Inmaculada de Santa Fe, donde sus alumnos le llamaban el profe Carucha, un docente severo, que al mismo tiempo era admirado y respetado, y que logró llevar a sus aulas al mismísimo Jorge Luis Borges. Un año después, enseñó también Literatura y Psicología en el Salvador de Buenos Aires, donde ya se empezaban a ver algunos de los rasgos que le marcaron durante estos años, como su carácter de liderazgo, su fuerte personalidad y su impecable formación. Su ordenación como sacerdote la recibió de manos del arzobispo Ramón José Castellano (13 de diciembre de 1969) y por esas fechas mantuvo un estrecho contacto con la denominada Guardia de Hierro, el origen larvario de lo que se acabó convirtiendo en una organización peronista. Bergoglio no fue militante, sino que mantuvo relación con algunos de sus miembros y gestionó la cesión de algunas universidades jesuitas. Pasó unos meses en España -entre 1970 y 1971-, concretamente en Alcalá de Henares, un período de renovación espiritual, donde superó la tercera probación e hizo su profesión perpetua. Allí dejó un grato recuerdo por su sencillez, humildad y su gran pasión por el fútbol. Su regreso a Argentina estuvo marcado por su fulgurante ascenso dentro de la Compañía. Nada más llegar (1972) se convirtió en maestro de novicios y el 31 de julio de 1973 se hizo con las riendas de los jesuitas en su país natal; con sólo 36 años, ese religioso de pelo engominado ya era el máximo responsable de 166 sacerdotes, 15 casas, 32 hermanos y 20 estudiantes.
Foto de familia con sus padres y abuelos. El Santo Padre era el mayor de cinco hermanos.En la dictadura de Videla ayudó a cientos de perseguidos
Años difíciles
La papeleta que le tocó lidiar al joven padre Jorge durante esos años fue muy complicada. Como él mismo reconoció, en un principio su gobierno como jesuita adolecía de «muchos defectos». La Compañía de Jesús pasaba por una crisis de gran calado que propició la desaparición de una generación entera de sus miembros. Tuvo que afrontarlo y tomar decisiones difíciles. Sus formas «bruscas y personalistas» le acabaron acarreando problemas, hasta el punto de ser tildado por algunos de «ultraconservador». Argentina vivía años convulsos, llenos de confrontación, de guerrilla, de violencia, de presiones de la dictadura, de riesgo, de desapariciones. Las deplorables prácticas llevadas a cabo por el grupo de tareas de la Marina eran una constante. Todo lo que rezumaba a subversión se convertía en objetivo, incluso aquellos sacerdotes que, impulsados por la Teología de la Liberación, tenían a los pobres como epicentro de su labor y compartían los problemas diarios de barrios obreros y deprimidos. Algunos de estos colectivos incomodaban a la dictadura y a Bergoglio no le quedó más remedio que mojarse en un charco de barro que lo terminó manchando. A media mañana del domingo 23 de mayo de 1976 casi un centenar de efectivos de Infantería de la Marina, con perros y empuñando armas, llegaron al barrio de Rivadavia para llevar a cabo una de sus famosas redadas. La casa comunitaria de los Jesuitas, donde en ese momento oficiaba misa Gabriel Bossini, parecía ser el objetivo. Finalizada la celebración litúrgica, los militares detienen a ocho catequistas y a dos sacerdotes -Orlando Yorio y Francisco Jalics-, a los que ponen una capucha e introducen en dos coches diferentes. La noticia corre de boca a oído como un reguero de pólvora y los primeros indicios señalan a la siniestra Escuela de Mecánica de la Armada, más conocida por la ESMA, como su destino. Cinco meses después, el 23 de octubre, ambos curas son liberados y aparecen drogados en Cañuelas tras haber sido trasladados en helicóptero por la noche. Yorio y Jalics habían sido atados de pies y manos, torturados e interrogados durante tres interminables días en la ESMA sin que nadie les diera explicaciones. Cuatro de las catequistas y los esposos de dos de ellas secuestrados el mismo día no tuvieron igual suerte y ya nunca más se volvió a saber de ellos. ¿Qué es lo que pasó? Es necesario remontarse atrás para poder tener una visión más objetiva de lo sucedido. La figura de Jalics y Yorio estaba envuelta desde hacía años en una espesa niebla de informaciones un tanto malintencionadas. Se les acusaba, en algunos sectores de la sociedad, en círculos de la Compañía de Jesús y de la propia Iglesia, de subversivos y extremistas, de herejía, de convivir con mujeres y de tener un contacto directo con la guerrilla. Todos aquellos curas que desarrollaban su labor en las zonas más desfavorecidas -villas miseria- eran sospechosos y muchas veces señalados de comunistas. Al sentir miedo por su integridad, ambos sacerdotes decidieron acudir a ver a Bergoglio para que pusiera fin a estas difamaciones. El bonaerense se comprometió a hablar con los militares y a aclararles que ellos no eran terroristas. Sin embargo, los rumores fueron cada vez más intensos y las presiones no se hicieron esperar. El padre Jorge se sintió atado de pies y manos, les advirtió sobre el peligro que corrían y les sugirió entonces que abandonaran la Compañía y que buscaran el amparo de un obispo para continuar como sacerdotes. Después, llegó el secuestro y los cinco meses de oscuro encierro e imborrable terror. «Si no hablé en su momento, fue para no hacerle el juego a nadie, no porque tuviese algo que ocultar. Hice lo que pude con la edad que tenía y las pocas relaciones con las que contaba para abogar por las personas secuestradas. Me movía dentro de mis pocas posibilidades y mi escaso peso», aclaró.
Con 36 años ya era el máximo responsable de los jesuitas en su país natal. Durante 15 años se pateó las barriadas marginales de Buenos Aires
Colegio máximo
A pesar de las versiones existentes sobre este caso y del interés de algunos sectores de la sociedad argentina por ensuciar el nombre del Papa, es innegable que el bonaerense ayudó a centenares de personas que estaban siendo perseguidas durante la represora dictadura de Videla. El sacerdote avisaba a la gente, la escondía cuando era necesario y, dado el caso, preparaba su documentación para que pudiera salir del país sin problemas. En una ocasión, Bergoglio utilizó su propio documento de identidad para prestárselo a un joven muy parecido a él físicamente, que así pudo acabar huyendo por la frontera con Brasil de Foz de Iguazú sin levantar sospecha alguna tras disfrazarlo de sacerdote. Son numerosos los testimonios de religiosos y laicos que corroboran cómo el Papa Francisco estableció una red clandestina para salvar a centenares de ciudadanos que estaban siendo señalados por el régimen. Muchos han querido dar a conocer la cara oculta de un padre Jorge que se desvivía por hallar la forma de evitar los controles, de cómo poder despistar a la Policía, con el único objetivo de que los perseguidos pudieran rehacer sus vidas fuera de Argentina y no terminar condenados a una muerte segura. El colegio jesuita Máximo, de San Miguel, ubicado en Buenos Aires, fue utilizado durante años como el refugio donde algunos recibían cobijo y se escondían. Allí llegaban para, presuntamente, hacer sus ejercicios espirituales y después emprendían la huida. El liderazgo de Bergoglio al frente de la Compañía de Jesús concluyó en 1979 tras seis intensos años. El hasta entonces provincial se convirtió en rector del Colegio Máximo de San Miguel y de la Facultad de Filosofía y Teología (1980-1986). También desempeñó su labor en la parroquia del Patriarca San José, donde fundó cuatro iglesias, tres comedores infantiles y organizó las catequesis. Fue durante esa época cuando el padre Jorge comenzó a esbozar su mirada plural, a empaparse de las necesidades y los problemas vitales de los más desfavorecidos, adaptando para sí mismo una forma de ser y de hacer alejada de la ortodoxia, mucho más pegada a la realidad, más práctica a la hora de dar soluciones y enormemente ligada al Evangelio y a la vida de Jesucristo. Fue una época en la que forjó más su carisma, dio excelsas muestras de su bondad, sin dejar de lado su fuerte carácter y su alto nivel de exigencia. «Los momentos más lindos como cura son los que pasé junto a la gente. Eso me queda siempre en el corazón, el haber caminado junto a un pueblo que busca a Jesús y haber escuchado tantas cosas y haber aprendido tanta fidelidad. Pienso que ese recuerdo me va a acompañar hasta la muerte, porque me ha marcado mucho». En marzo de 1986, Bergoglio se traslada a Alemania para ultimar los detalles de su tesis doctoral sobre el teólogo germano Romano Guardini en la Universidad de Teología de Saint George, ubicada cerca de la ciudad de Fráncfort. Este inesperado viaje y su posterior abandono meses después de la tesis dejan entrever que se había producido un notable distanciamiento con sus superiores. Diferencias de criterio, luchas de poder, encontronazos por su manera de ser, de hacer, de ordenar...
El Pontífice argentino dejó patentes sus dotes culinarias. En sus homilías acusaba a políticos de olvidar a una parte del pueblo y beneficiar a la minoría.
Su noche oscura
Su ansiado regreso a Argentina fue difícil, perturbador, traumático. Los superiores de la Compañía deciden trasladarlo como director espiritual y confesor a la Casa de los Jesuitas de la ciudad de Córdoba, donde ya había estado con anterioridad formándose como novicio. Los graves conflictos internos dentro de la orden religiosa alcanzaron en esa época en Argentina su punto álgido. Había diferentes corrientes enfrentadas y las intenciones pasaban por cambiar la orientación y las formas de hacer de los jesuitas. Bergoglio sufrió un auténtico destierro. Las calumnias sobre su persona eran como una lluvia fina que iba calando. Le tildaron de enfermo, de loco y ni si quiera le pasaban llamadas. Esta incomunicación se justificaba de dos formas: la idea era protegerlo para que no tuviera constancia de las difamaciones y las críticas que había hacia su persona; el objetivo no era otro que no influyera en el pensamiento de algunos miembros de la Compañía para no interferir en ese proceso de cambio. Sin embargo, hay quienes dicen que fue él quien decidió echarse a un lado, dar la espalda a las luchas de poder y permitir una renovación fluida. El padre Jorge había pasado de ser el responsable más joven de los jesui tas, con solo 36 años, a convertirse en una especie de marginado en un destierro que le empujó hacia una grave crisis interior. Su labor como confesor durante dos años continuó moldeando su carácter y su particular manera de acercarse a los fieles. Las difíciles experiencias por las que habían pasado muchos de los que acudían a pedir penitencia por sus pecados fueron calando en su ya de por sí dolido corazón. Aprendió a ser más benevolente, más humilde, más paciente. Fue un tiempo de espiritualidad, de silencio, una etapa de purificación, de noche oscura, de enorme crecimiento como pastor y de inigualable acercamiento a la gente, a sus problemas y verdaderas necesidades. Los que le conocen sostienen que de Córdoba salió un Bergoglio distinto, muy mejorado, un auténtico líder espiritual al servicio del pueblo. El cardenal de Buenos Aires, Antonio Quarracino, lo sacó de su ostracismo para convertirlo en su estrecho colaborador y el 20 de mayo de 1992 es el mismísimo Papa Juan Pablo II quien le nombra obispo titular de Auca y uno de los cuatro obispos auxiliares de la capital argentina. En su ordenación, celebrada el 27 de junio en la catedral bonaerense, elige como lema Miserando atque eligendo -lo miró con misericordia y lo eligió- que evoca al pasaje del Evangelio en el que Jesús insta a Mateo, sentado ante la mesa de cobro de impuestos, a seguirlo y a imitarlo. Ese año escribe Reflexiones de esperanza, un libro en el que se propone un camino de vida basado en el acercamiento a todas las personas que sufren, dejarse conmover por ellas y prestarles ayuda. La esperanza vital pasa por ver, comprender y actuar. Los cargos fueron llegando. Primero fue nombrado vicario episcopal de la zona de Flores y el 21 de diciembre de 1993 asume la tarea de vicario general de la arquidiócesis. Una de las anécdotas más llamativas de esta etapa es la acaecida en abril de 1996. Bergoglio se enteró de la muerte del padre José Aristi, un emblemático sacerdote de la parroquia del Santísimo Sacramento de Buenos Aires, cuya figura era muy conocida por tratarse de un gran confesor del clero argentino y que, incluso, fue llamado para que escuchara y dictaminará penitencia a Juan Pablo II cuando visitó el país. Sin dudarlo, el por entonces vicario general decidió acudir a la capilla ardiente, donde no había nadie, ni siquiera un ramo de flores para honrarle. «Solo había dos viejitas que rezaban allí, pero ninguna flor. Y yo pensé: pero este hombre que perdonó los pecados de tantos religiosos, también a mí, ¿ni una flor?», relató el ya Papa Francisco en una audiencia a los párrocos de su diócesis de Roma para destacar la importancia de la misericordia. Bergoglio salió a la calle, se acercó a uno de los muchos puestos que hay de venta en las avenidas y plazas de la capital y compró unas rosas. «Volví y comencé a preparar bien el féretro. Miré el rosario que tenía en la mano y de inmediato me vino a la mente ese ladrón que todos tenemos dentro, y, mientras acomodaba las flores, tomé la cruz del rosario, y con un poco de fuerza la arranqué. En ese momento lo miré y le dije: `Dame la mitad de tu misericordia'. Sentí algo fuerte que me dio el coraje de hacer eso y hacer esta plegaria», confesó el Pontífice. Desde ese día, Bergoglio siempre lleva consigo esa pequeña cruz de enorme simbolismo y cuando fue elegido Papa, al no disponer su vestimenta de una camisa con bolsillos, ordenó que le cosieran una flatriquera en su sotana a la altura del corazón para poder guardarla.
El Papa, en el oficio de una misa en el epicentro de las denominadas ‘Villas Miseria’, las zonas más pobres de la capital argentina.En 2005 fue el gran rival de Ratzinger, pero Bergoglio pidió no ser votado para alcanzar el consenso
Villas Miseria
Un año más tarde es promovido como arzobispo coadjutor de Buenos Aires y solo nueve meses después, como consecuencia de la muerte del cardenal Quarra cino, se convierte en el arzobispo primado de Argentina, concretamente el 28 de febrero de 1998. Durante 15 años, el padre Jorge se pateó las barriadas más marginales de Buenos Aires, a las que acudía normalmente solo, siempre en transporte público, ya fuera en metro o en autobús. Fue en estas zonas de la capital tan castigadas por la pobreza donde empezó a dar señales de lo que iba a ser su prioridad pastoral, con sus encendidas críticas a una sociedad en crisis que generaba sin miramientos la exclusión, de su particular y valiente lucha contra algunas políticas y decisiones de los poderes del Estado. Su inquebrantable compromiso por la defensa de la dignidad humana y la justicia social se vio materializado con el impulso de una mayor presencia de sacerdotes en las villas de más miseria. Allí entabló una relación muy especial con Pepe di Paola, un joven sacerdote entregado a la vida de los más necesitados, que denunció sin miedo la legalidad encubierta de drogas y armas en esos enclaves y que se ganó el respeto y la admiración de buena parte de la población que malvivía en las villas. «Es un hombre de Dios que me hace mucho bien al alma y a mi vida espiritual», apuntó Bergoglio sobre el cura Pepe. Muchos de los habitantes de esos asentamientos, en los que incluso la Policía admite sentir miedo de entrar por la noche, guardan un grato e imborrable recuerdo del padre Jorge. Todos le consideraban de la casa, un religioso de enorme corazón, que se preocupaba por las necesidades básicas de una población excluida, golpeada por la delincuencia, el hambre y la pobreza. Bergoglio cambió el paso, generó fe, misericordia y esperanza en esas caóticas y humildes calles, donde el paco, una droga letal elaborada de los residuos de la cocaína, hace mella entre los más jóvenes. La grave crisis política, social y económica que comenzó a sacudir a Argentina en 1999 empujó a Ber goglio a empezar a lanzar dardos a los máximos representantes del Estado durante sus alocuciones públicas. Fue en el Tedeum de ese mismo año celebrado en la Catedral, cuando el arzobispo cargó contra Carlos Menem por olvidarse de una parte de la sociedad y dedicar sus esfuerzos a complacer el beneficio de unos pocos, acusando a los políticos de no solventar los problemas y de quedarse siempre en las buenas palabras. Señaló a la corrupción y a la desigualdad social como los grandes problemas, criticando las políticas neoliberales de un Menem que trataba de aguantar el chaparrón con cara de circunstancias. A su sucesor, Fernando de la Rúa, le volvió a sacar los colores un año después en el mismo acto, cuando advirtió que la desconfianza en el sistema se había instaurado en la sociedad. «A veces me pregunto si no marchamos, en ciertas circunstancias de la vida de nuestra sociedad, como en un triste cortejo, y que algunas promesas y enunciados suenan a cortejo fúnebre: todos consuelan a los deudos, pero nadie levanta al muerto». La contundencia del diagnóstico del arzobispo tuvo una repercusión tremenda en el país. También la tuvo la declaración en la que pidió perdón en nombre de la Iglesia por «no haber hecho lo suficiente» durante la dictadura militar que padeció Argentina y que fue una de las más crueles de América Latina. El 21 de febrero de 2001, el Papa Juan Pablo II le nombra cardenal, asignándole el título de San Roberto Bellarmino. El nuevo purpurado da otra clara muestra de su austera personalidad e insta a los fieles a no viajar a Roma para celebrar su nombramiento y dedicar el dinero del billete a los pobres; un hecho que volvería a repetir 12 años después cuando fue elegido Papa. A pesar de su nuevo cargo, el cardenal no abandonó su forma sencilla y humilde de vivir. Desecha la posibilidad de residir en el Palacio cardenalicio, esa mansión eclesiástica donde pernoctaban los pontífices cuando llevaban a cabo alguna visita, y se decanta por un sencillo y céntrico apartamento, donde él cada noche deja patente sus grandes dotes culinarias.
El Corralito
En diciembre de ese mismo año, Argentina sufre un mediático estallido social. La crisis económica vive su momento más convulso con el famoso corralito que impide a los ciudadanos sacar sus ahorros de las entidades financieras. El Gobierno de De la Rúa quería evitar una fuga de capitales y el colapso del sistema, pero provocó un goteo de movilizaciones ciudadanas, de caceroladas y manifestaciones. Bergoglio observaba con inquietud desde la ventana de su habitación, ubicada en la segunda planta del edificio de la Curia, al lado de la Catedral, una de las protestas que tenían lugar en la Plaza de Mayo. Hasta su estancia llegaba el olor de los gases lacrimógenos que se utilizaban para dispersar a la gente. Atónito e indignado, veía cómo la Policía se empleaba a fondo sin diferenciar entre activistas y ciudadanos de a pie que reclamaban sus ahorros. Sin dudarlo, cogió el teléfono para ponerse en contacto con el ministro del Interior. La llamada fue atendida por el secretario de Seguridad, Enrique Mathov, a quien le reclamó que hiciera el favor de decir a los agentes que no metieran a todos en el mismo saco. «Los obispos estamos cansados de sistemas que producen pobres para que luego la Iglesia los mantenga», advirtió Bergoglio contrariado y apoyando las protestas. De la Rúa se vio obligado a abandonar la Casa Rosada y, ante la ausencia de poder, se constituyó una Asamblea Legislativa para determinar quién debería ejercer el cargo que había dejado vacante. En un mes, Argentina tuvo tres presidentes interinos -Puerta, Rodríguez Saá y Camaño-, hasta que en enero de 2002 resultó elegido Eduardo Duhalde. Bergoglio gana enteros y goza de enorme popularidad, ya no solo en Argentina, sino en buena parte de América Latina. Su estilo de vida continúa siendo muy sobrio, marcadamente austero, casi ascético. Esta esencia de su personalidad, alejada del boato y la opulencia, le hace declinar en 2002 su nombramiento como presidente de la Conferencia Episcopal, aunque tres años más tarde es elegido y volvería a repetir en 2008 por otro trienio. Entre medias, en 2005, participa en el Cónclave que elige como Papa a Benedicto XVI, al que disputó el Pontificado hasta que decidió renunciar al sillón de Pedro y pidió a lo cardenales que apostaban por él que le dejasen de votar y así lograr el consenso. Todos pensaban que su último tren hacia el Vaticano ya había pasado, hasta él mismo que ocho años después tenía reservada la habitación número 13 en el Palacio sacerdotal de Flores para dar el paso y jubilarse. Sin embargo, todavía le quedaba una última misión. El reto de convertirse en Papa le esperaba.
Conferencia del Episcopado latinoamerica en Aparecida
La cita que le relanzó a nivel internacional
En 2007 tiene lugar la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Aparecida (Brasil), un encuentro en el que se depositan muchas esperanzas para dotar a la Iglesia del Continente de una identidad propia, caracterizada por las enseñanzas del Evangelio y el amor a los pobres. La figura de Bergoglio suscitaba una enorme admiración y había crecido mucho gracias a su genuina impronta. Sus feroces críticas al poder, su continuo espíritu de servicio con las familias marginales, sus inigualables celebraciones, ya fueran misas, bautismos o rezos colectivos, en las calles o en las plazas, le convierten en un referente. Sus esfuerzos por dignificar la vida de los más desfavorecidos no pasan por alto en un Continente, el latinoamericano, azotado por la miseria y la indiferencia. Son repetidas, aunque únicas e inigualables, las ocasiones en las que se puede ver a Bergoglio besando los pies a un drogadicto, a un preso o a una prostituta tras habérselos lavado. Francisco fue elegido presidente de la comisión encargada de redactar el documento final de la cita. La participación fue masiva y enriquecedora, bajo un ambiente cargado de positivismo y liberado de cualquier injerencia o tensión. Las conclusiones que se recogen en Aparecida dejan entrever su deseo de que la Iglesia sea capaz de llegar a todas las periferias humanas, así como la importancia de la religiosidad popular, como una expresión espontánea del pueblo de Dios. La cita fue un éxito y confirmó a Bergoglio como uno de los máximos exponentes de la Iglesia Latinoamericana. Fue, sin duda, su relanzamiento a nivel internacional tras haber perdido el Cónclave ante Joseph Ratzinger.