Nápoles en la Concordia

Antonio Herraiz
-

Trabajó en Italia en la cuna de la pizza y se empapó de la cocina italiana en una época en la que Maradona brillaba en el Napoli. Regenta dos restaurantes en Guadalajara y da trabajo a 35 personas, una hazaña para todo empresario de la hostelería

Nápoles en la Concordia - Foto: Javier Pozo

Son las vísperas de las ferias y quedamos con Dorel Oprea (Bucarest, 1970) en el Parque de la Concordia, donde se ubica su nuevo restaurante. Mires por donde mires hay carpas, chiringuitos, barras portátiles y muchas ganas de fiesta. Si Francisco Corrido, el alcalde que impulsó este gran referente verde de Guadalajara hace justo 170 años, y José María Jáudenes, el gobernador civil de la época, levantaran la cabeza seguro que no lo reconocerían. Pensarían que estaban en otra ciudad o incluso en otro planeta. El momento no es el mejor para Dorel: se aproxima la hora de las comidas y la actividad es trepidante. Mientras charlamos, coloca a varios clientes que se sientan en la terraza a tomar el aperitivo, responde hasta cuatro llamadas para reservar mesa, atiende a la instalación de varios grifos de cerveza portátiles y recibe a una de sus proveedoras que le suministra la fruta: «No me gusta cómo queda la lechuga de la variedad romana en las hamburguesas. Tráeme mejor batavia».  

Muchos de los clientes que acuden a los dos restaurantes de Dorel creen que él se llama Giovani y que es italiano. «Soy rumano, español de vida y corazón y casado con Gina, que tiene mucha familia en Italia». La suposición del nombre viene por su primer establecimiento que abrió en 2021 en el bulevar Clara Campoamor. «Decidimos llamar a ese restaurante Giovani Fratelli -que en español significa jóvenes hermanos- para destacar el trabajo de mis hijos, Daniel y Luciano, los dos cocineros». Y la mezcla de acento rumano-italiano de Dorel también tiene una explicación: «Acababa de terminar la revolución rumana de 1989 y decidimos salir del país. Queríamos estudiar y vivir otro tipo de vida. Tras demasiados años encerrados en una especie de caja y sin apenas disfrutar de casi nada, nos animamos a ir a Italia. Me fui con la que hoy es mi mujer». Viajaron a Nápoles en una época en la que Maradona mostraba su mejor versión en el Napoli y en la que el astro argentino llevó al sur de Italia a lo más alto. En la cuna de la pizza, Dorel aprendió los secretos del plato estrella del país junto con la pasta y se empapó de la cultura italiana en una ciudad tan apasionante como llena de contradicciones: follonera y arrabalera y también llena de arte. «Estamos hablando de hace 35 años y no eran tiempos fáciles. De Nápoles me quedo con el estilo de vida. Había mucha libertad y la gente era muy humilde».   

Estuvieron unos años en Italia y regresaron a Rumanía, sin abandonar nunca profesionalmente el sector de la hostelería. En Bucarest trabajó como jefe de sala en un resort club que acogía eventos de todo tipo. «Era el responsable de bodas, bautizos y cualquier celebración numerosa. Éramos cuatro jefes de sala y yo era el más joven. Me sentía como un chiquillo al lado de compañeros mucho más experimentados, aunque tenía la cabeza muy bien amueblada». No es que se le quedara pequeño, pero quería crecer y vio una convocatoria del Ministerio de Trabajo español para contratar a personal extranjero. «Pasé todas las pruebas. Llegué a Madrid y pensé que ya directamente te ponían de jefe de sala. Nada de eso. En España empecé como ayudante de camarero y tuve que ampliar mi formación. Pasé por la escuela profesional de hostelería y también tuve que hacer un curso muy potente como trabajador en el sector de la alimentación pública, que no tiene nada que ver con el que hacen de manipulador de alimentos». Ahora, echa en falta esa formación. Entre el restaurante Giovani Fratelli y La Bella Famiglia, abierto desde primavera en el Parque de la Concordia, da trabajo a 35 personas. «Son 35 nóminas que cualquier empresario sabe valorar la dificultad que tiene». El principal problema al que se enfrenta -lo conocen bien todos los hosteleros- es la falta de personal cualificado. «Antes, para llegar a ser camarero, tenías que recorrer un largo camino. Ahora, en la mayoría de los casos, somos nosotros los que realizamos esa tarea formadora». 

Dorel vive con su familia en El Casar. Cierra todos los días el restaurante, lo que implica dormir pocas horas. «Me gusta mucho mi trabajo y aprendo cada día. La experiencia no se coge de hoy para mañana y eso lo tienen que tener claro los que se quieran dedicar a este oficio». Termina hablándome de España, un país al que ama. «Hay un gran corazón en la gente, libertad y mucha luz de día. Llevamos aquí más de 20 años y no es casualidad. Te puedes quedar un año para probar, otro si no tienes a dónde ir, pero tantos son porque estamos muy a gusto». No es cuestión de una adaptación plena, que también. Es el convencimiento de que está «en el mejor país del mundo».