La libertad del campo

Antonio Herraiz
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Estudió Bellas Artes en Zaragoza y, junto a su pareja, Iván, decidieron formar una familia en el medio rural. Gestionan la ganadería Cachocachena, un proyecto con vacas de raza cachena que se han adaptado a la perfección al término de Romanillos

La libertad del campo - Foto: Javier Pozo

Para conocer bien el medio rural -nada de España vacía ni vaciada-, es conveniente patearse los pueblos en pleno invierno, aun a riesgo de no encontrarte ni un alma. No es el caso de Romanillos de Atienza, en el límite de Guadalajara con Soria y a las faldas de la Sierra de Pela. No llegan a medio centenar de vecinos censados y durante todo el año se puede escuchar el correteo de varios niños, especie en extinción en la mayoría de los pueblos de la comarca. Allí nos recibe Ana Cobo (Zaragoza, 1987) que, junto con su pareja, Iván Casado, decidió emprender y formar una familia en una de las zonas más despobladas de toda Europa.

Llegamos a Romanillos al filo del mediodía y al termómetro le cuesta pasar de los 0 grados. «Esta madrugada, las temperaturas habrán caído hasta los 10 bajo cero», detalla Ana bajo el agradecido sol que se desliza sobre la iglesia románica de San Andrés, con una galería porticada de gran valor. Salimos al monte y enseguida encontramos una punta de vacas cuya morfología no es nada habitual en la provincia: a pesar de su escasa envergadura, lucen una cornamenta espectacular y una mirada que clavan a los inesperados visitantes. «Podemos pasear entre ellas sin problemas», nos tranquiliza la ganadera. Su capa es castaña, con tonos claros y otros algo más oscuros, y con una especie de tupé en el testuz. Estas vacas tan singulares son de la raza cachena, una variedad típica de Galicia y Portugal que viven siempre en libertad por su gran adaptación a las condiciones más adversas. «Cuando decidimos emprender en el sector ganadero, buscamos un tipo de vaca que se acoplara bien al clima extremo de la zona de Atienza. La cachena es una vaca muy rústica que, además, se defiende bien de los ataques de los lobos, una de las amenazas de todos los ganados de la comarca». Después de un tiempo de formación, acudieron a Galicia a comprar los primeros animales. «Acababa de nacer nuestro hijo Ian y con el niño en una mochila portabebés recorrimos varias ganaderías hasta que nos decidimos». Aquí está el origen de la ganadería ecológica Cachocachena, que cuenta con 170 animales, incluidos 30 toros. Después de tres años de un aprendizaje paulatino, el siguiente paso es empezar con la venta directa. Y para ello han comenzado con la construcción de una sala de despiece que les permitirá completar todo el círculo del negocio. La carne de vaca cachena cada vez es más demandada en los principales templos gastronómicos, destacando por sus virtudes organolépticas y un nivel óptimo de infiltración en grasa, con una capa externa que la hace muy sabrosa. Su textura es suave y sedosa y admite una gran versatilidad de platos, incluidas las hamburguesas, que no tienen nada que envidiar a la suprema de Kobe japonés. 

Tanto Ana como Iván conocen a todos sus animales. «Empezamos con 40 vacas y un toro. De eso hace tres años y el primer día que se quedaron aquí hacía una noche de perros. No pudimos dormir pensando que no se iban a adaptar. Al revés. Pastan al aire libre y es un animal que ofrece mucho y exige poco». Ellos cuidan a sus vacas como si fueran mascotas. Bajamos a un bebedero y, aunque los animales ya han empezado a retirar parte del hielo para poder beber, Iván coge un palo y rompe la capa superior completamente congelada. «Venimos a verlas cada día. Si te gusta, no es ningún sacrificio». El control de los animales es total, incorporando collares de vallado virtual, lo que les permite saber dónde se ubican los toros o las vacas en cada momento. 

Ana encontró su media naranja perfecta, y al revés. Ella tiene sus orígenes en Barcones (Soria) e Iván en Romanillos de Atienza, dos pueblos a los que les separan diez kilómetros. «Nos conocemos desde siempre. Yo venía todos los veranos y la mayoría de fines de semana. Nos hicimos pareja y enseguida decidimos vivir juntos en el pueblo». Primero, en Barcones, hasta que se instalaron definitivamente en Romanillos. Ana estudió Bellas Artes y es escultora. Iván es mecánico y su primer proyecto fue abrir un taller de coches en Atienza. «La experiencia ha sido muy buena, pero, después de diez años, buscamos más autonomía e independencia, manteniendo un contacto directo y permanente con la naturaleza. No queríamos que el taller cerrara y lo traspasamos». 

A medida que pasa el tiempo, van sumando argumentos a la decisión que tomaron hace 15 años de comenzar una vida en común en el pueblo. Aunque los inviernos son duros, las ventajas de vivir en el medio rural ganan por goleada a las posibilidades que ofrece una gran ciudad. Cuando echan la vista atrás y analizan con perspectiva cómo les ha ido este tiempo, volverían a tomar la misma decisión de instalarse en la comarca. «Ian es el nieto, el sobrino, el hijo de todos los vecinos. El niño crece feliz y está encantado». Y no es el único. Comparte juegos con otro pequeño de la misma edad, hijo de unos pastores que también viven en Romanillos.