«Mi mujer estaba harta ya, llevaba desde el martes subiéndome por las paredes viendo lo que estaba pasando sin poder hacer nada», comenta Álvaro (31). Luis y Pablo (32 y 38) se ríen. No son ni las siete de la mañana y estos tres policías nacionales, naturales de La Roda, Ciudad Real y La Solana, se preparan para adentrarse en Catarroja, una de las zonas de Valencia más afectadas por la riada del barranco del Poyo, a consecuencia de la DANA del pasado 29 de octubre. Esta localidad tiene cerca de 30.000 habitantes y forma parte del área metropolitana de Valencia. Los tres prestan servicio actualmente en la Comisaría de Policía Nacional de Puertollano en el mismo turno. Decidieron salir dirección Valencia durante el fin de semana. El lunes 4 de noviembre, aprovechando sus días de descanso, pusieron el coche, lleno de suministros y materiales, dirección Catarroja donde hay decenas de muertos. Y con ellos, La Tribuna. «Creemos que debemos hacer lo posible y estar allí, es algo inexplicable», asegura Luis. En el silencio de la noche hacen acopio de materiales de trabajo: botas de seguridad impermeables, rastrillos, palas, espuertas, cepillos. En la mochila de Luis, con capacidad de 100 litros, va un botiquín, comida, guantes de varios tipos, agua, y diversos utensilios que pueden servir en el terreno. Luis, voluntario de Cruz Roja, indica dónde se pueden ir consiguiendo cada uno de los requerimientos de los policías. Han dormido en unos colchones en el pabellón Florida, al lado del CEIP Jaume I, donde se identificaron y se pusieron al servicio voluntario de los mandos. Ambos lugares sirven como centro de recogida y transporte de donaciones. Hace más de una semana, Catarroja vivió momentos de pánico cuando la rambla o barranco del Poyo se desbordó por las lluvias torrenciales provocadas por la DANA en la parte alta de los ríos Turia y Júcar. Se midieron precipitaciones superiores a 600 litros por metro cuadrado dejando más de 200 muertos.
Cuando empiezan a adentrarse en Catarroja, el panorama es cada vez más desolador. Los tres enseguida comentan lo nauseabundo del olor: «Poneos la mascarilla» dice Pablo. Una vez alcanzan la zona cero, en las proximidades de la avenida de Murcia, se dan cuenta de que ahí no ha pasado nadie: «Creo que no hemos visto nada igual», avisa Álvaro. Los tres comienzan a baldear lodo con las palas y los cepillos para ir abriendo caminos que faciliten el tránsito a los vecinos, porque en esas calles no ha pasado ningún vehículo pesado, ninguna maquinaria. Álvaro se acerca a hablar con un vecino que le asegura que ha tenido suerte: «A mí sólo me ha entrado un metro y medio de agua y he podido estar en la parte de arriba». Mientras Pablo se afana en hacer un montón de lodo que despeje el camino, se da cuenta de que hay un álbum de bodas en el montón de basura, lo abre y lamenta: «Qué pena, tendrán nuestra edad». Pasadas las once de la mañana, y al llegar a otras de las zonas marcadas en rojo en el mapa que llevan, los tres agentes del CNP se quedan perplejos al comprobar que las bombas de agua han llegado hoy. Luis advierte que «no puede ser que hayan tenido que esperar una semana». A unos 40 metros hay un camión del Infoca llegado de Aragón que no arranca. Esta calle parece especialmente complicada. Al fondo se ve una de las calles principales de Catarroja, con la UME y varios tractores intentando movilizar más de medio litro de lodo. El trío de policías se mira y empiezan a tener más cuidado. Una mujer y su hija veinteañera se asoman a la ventana y les piden que despejen la puerta de su casa: «No podemos salir desde el sábado». No hace falta más; se ponen a ello, con la ayuda de Raquel, una maquinista de Metro de Madrid, y dos chavales de Catarroja. Cuando todos se vacían para conseguirlo, se escucha un grito. Es Luis el que comunica que se ha cortado. Un vecino abre el portal y el pequeño comando lleva a Luis a la escalera. Un cristal de unos 20 centímetros atraviesa la suela de su bota de agua. «Había mucho lodo y cuando lo he notado ha sido como una navaja», explica.
Infecciones. El rictus de los presentes se torna muy serio. Pablo y Álvaro asumen con diligencia el mando de la situación: «Saca el botiquín», «dame el alcohol», «busca el Betadine», «toma, guantes secos». La herida, por la humedad, es muy escandalosa, pero no parece de gravedad. Sin embargo, el miembro del Infoca de Aragón, que ha pasado al portal a ver cómo estaba la situación, asegura que se tiene que ir a que se lo miren bien. Para sacar el cristal, entre Álvaro, Pablo y el miembro del Infoca tienen que utilizar unos alicates y aplicar una fuerza considerable. Luis se siente culpable: «Lo siento», dice. Pablo y Álvaro le aseguran que no pasa nada. Con la bota revestida con varios plásticos limpios de una vecina y una pala en la mano, pone rumbo al pabellón La Florida. Los otros dos miembros del CNP se quedan un rato más junto a los otros compañeros intentando despejar más calles de la zona afectada. El comentario de todos es que «Catarroja es una ratonera».
Vocación de servicio en la ratonera de CatarrojaEn el pabellón han establecido un centro médico. Una cola es para la dispensa y otra para las urgencias vitales. Luis llega directo a las segundas. Nada más entrar, le hacen un cuestionario sobre sus vacunas. Aun así, recibe un refuerzo de la antitetánica, y le dan antibiótico y un par de puntos de sutura. Le piden por favor que tenga cuidado. Cuando sale, con el pie forrado, mira a sus compañeros que acaban de llegar y pregunta: «¿Qué, vamos al lío, no?». Son sus propios compañeros los que tienen que disuadirle de continuar con las labores de la limpieza. Dada la frenética actividad que hay al mediodía en el pabellón Florida y en el CEIP Jaume I, Luis enseguida es recolocado por uno de los coordinadores de Cruz Roja en una especie de grupo de rescate 4x4. Su posición de agente del CNP abre puertas en estos momentos. Álvaro y Pablo vuelven a la zona cero de Catarroja para seguir limpiando y poniéndose a disposición de todo lo que se pueda hacer en las inmediaciones de la Rambleta. Luis pasa el resto del día con un grupo de voluntarios en su 4x4. A la vuelta, con las últimas luces del sol, los tres policías se reencuentran en el pabellón. Se abrazan y repasan las diferentes situaciones del día. Se duchan, tienden la ropa mojada y ayudan en las labores de coordinación de su nueva casa estos días. Todos tienen cara de cansancio, les duelen las piernas, los pies y las manos. A Luis le empieza a molestar el pie y los otros dos compañeros le hacen bromas: «Ahora te quejas, ya vas a darnos la noche». Los tres ríen.
Se hacen unos sándwiches con los víveres que llevan en el coche. Mientras se lavan los dientes, reina el silencio en el pabellón. Pablo se atreve y afirma: «Vaya panorama tiene esta gente». Al tumbarse en los colchones, los tres hablan con sus mujeres y sus familiares antes de echarse a dormir y de decirse: «Mañana a tope otra vez».