La palabra es un extraordinario don que tenemos los humanos. Con la palabra amamos, insultamos, rezamos. Con la palabra podemos generar ilusiones, dar consuelo, acercarnos al otro. Es un don extraordinario que conviene no analizar porque no es verdad que las palabras se las lleve el viento. En muchas ocasiones se clavan en la memoria y en el alma.
Este extraordinario don forma parte insustituible de la acción política, de ahí que los representantes públicos se cuiden muy bien de acertar en sus discursos y declaraciones, pero es precisamente en la acción política en donde el valor de la palabra apenas si tiene valor.
No hay político que no haya utilizado palabras gruesas, innecesarias y ofensivas. Lo vemos todos los días y aunque no nos guste es algo que hay que aceptar porque ellos también son humanos y quien mucho habla más riesgo tiene de equivocarse.
El problema viene cuando la palabra carece de valor, cuando es irrelevante, lo que prometes, lo que afirmas con rotundidad deja de ser rotundo para convertirse en otra cosa; es decir, cuando se convierte en algo hueco y vacío porque da igual el valor de la palabra.
Esto es lo que le ocurre al Presidente del Gobierno y con él a todos los socialistas que disfrutan del micrófono. No hay que remontarse al inicio de los tiempos para comprobar hasta qué punto las palabras sólo han servido para el engaño. Y nos han engañado a todos en casi todo. La penúltima, porque habrá más, es que nunca se pactaría con Bildu y en un momento estratégicamente elegido son los socialistas quienes aúpan a Bildu a la alcaldía de Pamplona.
No soy de las que cree que todo Bildu es ETA, pero si de las que ha vivido en primera persona el cruel silencio ante los cientos de asesinatos cometidos por ETA. Si no hubiera sido por el silencio de la izquierda abertzale, la situación del País Vasco hubiera sido bien distinta. Pero no, callaron y a día de hoy que dicen lamentar tanta víctima ni una sola palabra de condena expresa a la acción terrorista. Que es legal, desde luego. Que es mejor que participen en política, que no lo hagan, desde luego. Normalizar no significa, no implica darles poder y ni siquiera dar el pésame por la muerte de un etarra como hizo el Presidente en el Senado.
Este es el último acontecimiento, pero la retahíla de palabras dichas y no cumplidas son tantas y de tal calibre que como ejercicio de limpieza mental sugiero que cuando desde el PSOE se dice que no, la interpretación más correcta es traducirla en un sí.
Y este es el principal problema del Presidente y de quienes con disciplina espartana le acompañan en este viaje en el que pretenden que todos les acompañemos porque ellos solo quieren la concordia, ellos nunca insultan, ellos... en fin, son almas almidonadas, perfectas y justas y encima creen que los ciudadanos son tontos.
Nunca pensé que tendría que sugerir, para que nadie se sorprenda, que se fíen más de lo que diga Otegi o Turull. Ellos aprovechan la oportunidad y como mandan no tienen necesidad alguna de banalizar sus palabras. El Presidente, sí.