«Nuevamente invitados por la Casa de Guadalajara y bajo la inteligente dirección de nuestro consocio Sr. Layna Serrano, emprendimos una nueva excursión el 31 del pasado mayo, festividad del Corpus, en dos autocares ocupados por unas cuarenta personas entre las que se contaban nuestros consocios Sres. Tormo, Marqués de Almunia, Sáinz de los Terreros, Ortiz Cañavate, Martín Mayobre, Tello, Pérez Linares, Doctor Yagüe y señora, Briceño y el que esto escribe. Después de salir con algún retraso y pasar sin detenernos por Guadalajara, llegamos al pueblo de Torija y en la misma carretera y ante el artístico Castillo y en un ventorro llamado La Morena, tomamos un bien servido desayuno, con la alegría consiguiente, pues a nuestros desfallecidos estómagos les muy necesario.
Aunque nuestra sociedad ya ha visitado varias veces Torija, me parece oportuno decir algo de lo que vimos para conocimiento de los socios que se quedan en casa.
Precedidos por el Sr. Tormo que en todas las excursiones corre, sube y bajá las cuestas con una celeridad pasmosa que hace dificilísimo el poderle seguir, nos dedicamos a recorrer el pueblo empezando por el Castillo que es lo que teníamos más cerca. Esta fortaleza de Torija se conserva bastante deteriorada y su historia que va unida a la del pueblo es bastante interesante. Primeramente perteneció a los Caballeros del Temple hasta su extinción, después y por donación de Alfonso XI a D. Diego Fernández Coronel, a la familia del cual le desposeyó de él, la de los Mendoza, volviendo otra vez a poder de la familia Coronel hasta caer en poder de los navarros que lo poseyeron mucho tiempo, sin poder tomarlo el Arzobispo de Toledo D. Alonso Carrillo a pesar del largo cerco que tuvo. Por fin unidos el ya citado Arzobispo y el Marqués de Santillana lograron rendir a Juan de Pueyes, que con fuerte guarnición lo defendía.
Andando el tiempo y en la Guerra de la Independencia patria se adueñaron de él los franceses al mando del General Hugo hasta que les fue quitado por el Empecinado, destruyéndolo casi y quedando en el estado en que hoy se encuentra.
Muy cerca del Castillo está la iglesia parroquial, construcción del siglo XVI, con un gran arco triunfal en el presbiterio de gusto plateresco, una verja y púlpito de hierro forjado con recuerdos góticos.
En el suelo del presbiterio una sencilla lauda sepulcral nos dice estar allí enterrado D. Bernardino de Mendoza, V Conde de la Coruña y Vizconde de Torija, famoso guerrero diplomático e historiador de las Guerras de Flandes, y a los lados del retablo mayor y empotrados en el muro dos lápidas de mármol con relieves renacentistas, nos muestran los sepulcros de varios Condes de la Coruña trasladados desde el no lejano, Monasterio de Lupiana.
Vuelta a los autos; y a Brihuega que era la segunda villa que teníamos señalada para nuestra visita. Brihuega es muy conocida de nuestros consocios por haber estado varias veces en ella y por las excelentes crónicas de estas visitas publicadas en nuestro Boletín, entre ellas sobresaliendo una muy descriptiva del Sr. Sánchez Rael.
Recorrimos la población y admiramos una vez más los famosos arcos de Cozagón y la Cadena, el Castillo, la interesante iglesia con la venerada imagen de la Virgen de la Peña y, por último, la antigua fábrica de paños hoy propiedad del Sr. Cabañas, que nos atendió con gran solicitud y cuyos pintorescos jardines son hoy una de las cosas dignas de verse en Brihuega y seguimos nuestra ruta con dirección a Cifuentes.
La carretera de Brihuega a Cifuentes es sumamente pintoresca, atraviesa el valle del Tajuña y en ella hicimos varias paradas para admirar el exuberante y bello paisaje de vegetación soberbia de la Peña de la Hoz con riscos caprichosos, un sin número de arroyuelos que se despeñan de lo alto y las clásicas colmenas alcarreñas.
Otra parada más adelante, para ver ante el caserío de Cívica colgado sobre un peñasco, cómo una cascada de gran altura se despeña por delante de una fresca gruta tapizada de musgo, y después de seguir contemplando paisajes en que el agua corre por todas partes con una abundancia que asombra, se presenta por fin a nuestra vista la villa de Cifuentes coronado su caserío por un pequeño cerro en que se alza el antiguo castillo que parece protegerle desde la altura.
A la entrada de Cifuentes esperaban a los expedicionarios las autoridades de la villa con la banda del pueblo a la cabeza que nos acompañó hasta el Ayuntamiento donde se pronunciaron sendos discursos de bienvenida y alabanza de Cifuentes, muy merecido el último puesto que el pueblo que visitamos es digno del mayor elogio.
Después del suculento almuerzo que nos tenían preparado y que devoramos en medio de gran alegría, nos dedicamos a recorrer el pueblo y ver sus artísticos monumentos.
La plaza de Cifuentes típicamente castellana es de planta triangular y rodeada de soportales. En la fachada del Ayuntamiento aparece en relieve el león rampante de los Silvas, Condes de Cifuentes, que antes adornaba la puerta de la muralla llamada de Atienza; en lo alto del ángulo Norte la parroquia con el ochavado tambor del ábside y la torre asomando entre copudos árboles, al pie de la iglesia unas corralizas que recuerdan la existencia del Palacio Condal.
Antes de seguir adelante me permito decir algo de su historia. Cifuentes pertenecía ya en 1453 a la familia de los Silvas, a uno de los cuáles, D. Juan de Silva en esa fecha, le dio el Condado el Rey D. Enrique IV.
A D. Juan de Silva sucedió Alonso de Silva, Capitán General de la frontera de Valencia en 1649, y la última persona que ostentó el título de esta rama fue Doña Ana por cuya muerte pasó a Pedro Pacheco de Silva y de éste a Alonso José que murió sin hijos. Después sucedieron Fernando Jacinto de Silva, Capitán General de la costa de Granada y Gobernador y Capitán General de Orán y Mazalquivir y, por último, una hija de otro Silva, Capitán General de Baleares y Embajador de España y Portugal casó con persona de la familia de los Condes de Santa Coloma entrando por este enlace el Condado de Cifuentes endicha familia.
A ella perteneció el Conde de Cifuentes que peleó a favor del Archiduque contra Felipe V, quien mandó arrasar el Palacio Condal para castigar a los señores de la villa.
Una pequeña cuesta nos conduce a la iglesia del Salvador que no describo por hacerlo en esta misma Revista el Sr. Layna Serrano en un precioso estudio sobre ella.
Frente a la puerta de esta iglesia y en la Plaza está la antigua casa hidalga de los Calderones y los Bravos conocida por la de los Gallos, por dos de hierro forjado que adornaban su balcón principal, casa de severo estilo renacimiento con un complicado escudo de madera, encalado, tan bien hecho y conservado que no presenta la menor quiebra ni resquebrajadura, siendo tomada por obra de yesería. En la misma plazuela y por el norte, está la severa iglesia del convento de Dominicas cuya techumbre y artesonado fueron destruidos a principio de este siglo, es obra del siglo XVIII de buenas proporciones con fachadas de elegante aspecto; la casa conventual sirve de Juzgado de Instrucción y Cárcel de partido.
Partiendo de la Plaza al N-E, está la calle del Remedio con una casa estilo Luis XV que lleva sobre la puerta la fecha de 1785 en que fue construida y en ella se hospedó Jovellanos en 1798, a su vuelta del Balneario de Trillo. Al final de esta misma calle está el antiguo Hospital del mismo nombre con sencillo patio porticado y una bella capilla labrada en el siglo XVI con portada de arco conopial, de una sola nave con ábside poligonal, bóveda de crucería y separados nave y ábside por un arco renacimiento. Al lado hay interesante casa del primer tercio del siglo XVI con escudo de armas en alabastro.
El convento de San Francisco hoy convertido en escuelas, tenía un bello trozo de artesonado mudéjar hoy en el Museo Arqueológico de Madrid.
La mayor parte de las viviendas fueron incendiadas por los franceses en la guerra de la Independencia.
El Castillo de D. Juan Manuel con maltrecho escudo en su puerta, ocupa un prominente lugar en un pequeño cerro que domina toda la población con su bien conservada torre del homenaje.
Bajo la peña que sirve de base al cerro del Castillo brotan no Ias “septi fontes” de que habla el sello primitivo municipal, sino las “Cent fontibus” o “Centi fonten” que dio nombre al pueblo.
Como no apareciese el Sr Layna, Director de la Excursión que se había quedado rezagado de nosotros, tuvimos que esperar sentados en un altozano al pie del mismo cerro hasta su aparición. Después subimos a los coches siguiendo nuestra agradable excursión hasta llegar a Gárgoles de Arriba donde nos detuvimos breves momentos en la preciosa finca de los Marqueses de San Miguel de Bejucal con sus corpulentos árboles, rientes jardines y abundancia de aguas que se deslizan en lindos arroyuelos o se despeñan en cascadas o saltos de agua de gran belleza; y más abajo en un recodo del camino el pintoresco caserío de Gárgoles de Abajo con su iglesia parroquial de cuadrada torre de sillería, llegando a Trillo ya bien avanzada la tarde para admirar su esbelta iglesia y bonito puente sobre el Tajo y melancólicos jardines del Balneario, cerrado aún por no ser la temporada oficial y al pie de elevado monte. Todo el viaje íbamos rodeando las famosas Tetas de Viana, que son dos montes gemelos enclavados en el valle del Tajo a 1.040 metros sobre el nivel del mar y que coronan unas peñas que dan la impresión de Castillos o fortalezas.
Ya anochecido y recorriendo valles de espléndida vegetación que baña el Tajo y después de detenemos en el Santuario de Durón, llamado de la Esperanza, que adivinamos ya que nos fue imposible ver por ser casi de noche, pero cuya iglesia es de grandes proporciones y agradable arquitectura, continuamos por Budia, Yelamos y Horche cuyas bellezas no pudimos admirar, pasamos por Guadalajara a las diez de la noche, regresando a Madrid a las doce, satisfechísimos de todo lo que habíamos visto y gozado con tan variado y encantador paisaje, que de no verlo parece mentira haya en el centro de España tan calumniado por su aridez y monotonía una provincia como la de Guadalajara, tan fértil y pintoresca por lo menos en la parte que recorrimos tanto en la excursión a Atienza y Cogolludo como en esta que acabamos de visitar. C. DE P.”».