El fruto de la constancia

Antonio Herraiz
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Consiguió acceder a la Escuela Superior de Canto de Madrid sin terminar el ciclo profesional en el conservatorio de Guadalajara, un salto tan inusual como meritorio. Acaba de ganar uno de los galardones del Concurso de Canto Lírico Alcalá de Henares

El fruto de la constancia - Foto: Javier Pozo

No lo vean como un ramalazo cultureta, sino como una necesidad. Termino de charlar con Rocío Muñoz (Guadalajara, 2005) y me voy corriendo a casa a escuchar Oh, quante volte, de la ópera Romeo y Julieta de Vicenzo Bellini, y La Traviata de Verdi. La primera aria fue parte del repertorio que interpretó en el Concurso Internacional de Canto Lírico Alcalá de Henares, consiguiendo uno de los galardones del certamen; con la ópera de Giuseppe Verdi se aficionó a la música. «Mi abuelo Mariano era un gran melómano. Tocaba varios instrumentos y todos de oído. El piano, la bandurria, el acordeón... Además, cantaba genial. Quería que sus nietos también aprendieran y nos ponía a escuchar música, fundamentalmente ópera y zarzuela. A mí me enganchó». Hasta tal punto que, con apenas tres años, Rocío era la que le pedía a su abuelo materno que, en el equipo de música, volviera a poner Violeta, por la protagonista de La Traviata, Violetta Valéry. 

No se trataba de contentar los deseos del abuelo, que también. Su pasión por la música se había convertido desde bien pequeña en una parte más de su propia vida. Empezó estudiando violín en el conservatorio y una profesora descubrió pronto sus cualidades para el canto. «En una de las primeras clases de coro, la profesora, María Ángeles Calahorra, nos pidió que escucháramos las arias en las que aparece La Reina de la Noche, protagonista de La Flauta Mágica, de Mozart. Localicé la versión que nos había puesto y me la aprendí. En la siguiente clase, se la llevé entera y se quedó alucinada». Calahorra, con más horas de música a sus espaldas que muchos compositores famosos, llamó a la madre de Rocío. «Con ocho años piensas lo peor y dices 'ya he hecho algo mal'. Y no, era al revés». De forma paralela a sus estudios de violín, comenzó su andadura en el canto dentro de la Escolanía Ciudad de Guadalajara, la rama más juvenil del coro con el mismo nombre que dirige Elisa Gómez. 

El romanticismo de los comienzos tiene después sus grises, porque la formación musical profesional no es un camino sencillo. Está repleto de obstáculos, tanto internos como externos, y eso lo ha vivido -y sufrido- Rocío Muñoz. Cuando acabas los estudios elementales y quieres acceder al ciclo profesional tienes que superar una prueba de nivel. A ella se le atragantó la de violín y fue una señal. En ese impasse que sí que no, recuperaron la asignatura de canto dentro de la oferta formativa del Conservatorio de Guadalajara y consiguió matricularse. 

Los ilusionantes comienzos en lo que había deseado de pequeña se truncaron por momentos hasta el punto de querer dejarlo. No empatizaba con su profesor de canto y buscó ayuda exterior. ««La apuesta era difícil. O entraba en la Escuela Superior de Canto de Madrid o dejaba mi formación en Guadalajara, y todavía me faltaban dos cursos para completar el ciclo de enseñanza profesional». Fue a por todas, casi en la clandestinidad, ocultando sus planes a su profesor de canto en el conservatorio. La parte teórica -armonía y análisis- se la preparó con David Hernando, pianista y director de la academia de música Adagio's. «Es lo mejor que me ha pasado fuera de mi familia. Aparte de la formación que necesitaba, me ha dado apoyo psicológico y personal». La parte lírica la perfeccionó con la soprano Sara Matarranz, profesora de la escuela superior a la que quería acceder Rocío. 

El reto era mayúsculo: acceder a un conservatorio superior sin haber concluido los estudios profesionales en un centro de grado medio como es el de Guadalajara. El repertorio era de lo más exigente, con arias de óperas muy variadas, canciones rusas y alemanas, y piezas de zarzuela. Todo interpretado de memoria, sin ayuda de ninguna partitura, en un teatro vacío y bajo la mirada casi inquisitorial de un tribunal que sentencia desde el palco, para bien o para mal. Los nervios pudieron con ella. «Mientras cantaba el Caro Nome, de Rigoletto, que es una obra larga y compleja, entré en bucle, repitiendo la cadencia que venía después y no la que tocaba en ese momento. Me di cuenta y un miembro del tribunal me pidió que parara un segundo». Luego siguió, pero salió hundida de la prueba. Muchas veces la sensación de desastre es mayor que la realidad. Y así fue. El tribunal valoró el poder de su voz, la técnica y su compromiso para dedicarse en exclusiva al canto. 

Una vez dentro de la Escuela Superior de Canto de Madrid, el premio que ha obtenido en el Concurso Internacional de Canto Lírico Alcalá de Henares supone un impulso a su carrera y un reconocimiento al esfuerzo. Han sido cuatro fases tras las que se ha alzado con el primer galardón dentro del apartado de mejor zarzuela joven. Le abre las puertas a participar en un curso de alto rendimiento en la isla de La Palma, enfocado en la zarzuela y la ópera española, la gran desconocida. Renuncia a cualquier tipo de divismo, tan habitual en la lírica, y sueña con actuar en alguno de los grandes teatros del mundo: Madrid, Londres, Viena, París… ¿Representando a la Violetta Valéry de la Traviata? Y por qué no. Le sobran juventud, fuerza y constancia.