Las vacas, aunque los urbanitos salvadores de lo que han venido en llamar (e insultar con ello a quienes en ella perseveran) España Vacía, no se ríen, como dice el anuncio de la tele, sino que mugen. Es lo propio de su estirpe vacuna y, amén de también pastar, rumiar y dar leche, también cagan y, ¡horror de climáticos!, expelen ventosidades. O sea, que se tiran pedos.
Por esto último están siendo muy señaladas y cuando estos tipos te señalan ya sabes lo que te puede esperar luego, oprobio, condena y cancelación. O sea, te desaparecen en cuanto pueden. Vamos, que corren peligro. Y por ahí venía viniendo hasta el momento el ataque sobre los muy apacibles y productivos animales y de camino contra los ganaderos, que son quienes las crían, cuidan, alimentan, ordeñan o engordan para carne. Pero he aquí que se ha abierto un nuevo frente. Ahora su pecado es que además mugen.
La primera acusada, y ya convicta y penada, ha sido la pobre 'Carmina', y digo pobre porque la joven vaca, una ternera de tan solo 15 meses, quedo huérfana y sin teta a la que amorrarse. Aunque los desvelos de sus dueños la sacaron adelante, quizás la pérdida del referente y la ubre materna, le dio por mugir con desconsuelo. Nada más lógico y comprensible en una tierna criatura.
'Carmina' es asturiana, de Pola de Siero, y nació en una granja regentada desde generaciones por paisanos de estas misma tierras, prados y verdores, donde las unas y los otros forman parte indeleble del paisaje, del ser y de la esencia de esas tierras. Vacas ha habido allí desde mucho antes de Pelayo.
Sucedió que al lugar llegó un alguien venido de la ciudad y que se aposentó en el pueblo. Y ha sido ese alguien quien ha denunciado a 'Carmina' por considerar que sus mugidos disturbaban su descanso, perdón relax, que es como hay que decirlo ahora, y que era ello intolerable, perseguible de oficio y condenable.
Y así ha sido. Denunciada por el prójimo aterrizado de la urbe a lo rural, al campestre Pola de Siero, acudió a investigar el delito, como es preceptivo, la Guardia Civil, supongo que sus raudos y eficaces especialistas del Seprona, y comprobó que en efecto la ternera 'Carmina' tenía buenos pulmones y aún mejor aparato fonador. Superaba los 70 decibelios cuando se volcaba en un aria vacuna. El limité es de 50. O sea, que apertura de expediente y condena. De nada valió el testimonio de sus propietarios que iba aflojando mucho y que ya se le iba pasando el disgusto y solo esporádicamente lo hacía. 300 euros ha sido de inicio la multa. Digo de inicio porque si 'Carmina' sigue mugiendo, aunque sea en algún rato de nostalgia, llegaran una tras otra. ¿Y qué van a hacer sus dueños? ¿Enviar a 'Carmina' al matadero? Que es donde están yendo cada vez más de sus congéneres y no porque haya denuncias por sus mugidos sino por la que situación de las granjas vacunas son insostenibles y los costes de mantenimiento llevan a la ruina a las explotaciones.
Esa es otra cuestión, pero volvamos a esta. A este esperpento ridículo, a esta astracanada delirante, pero que tiene un calado y una reiteración creciente y ofensiva y se repite por todos los rincones de España. Este hecho y otros de jaez similar suponen verdadero escupitajo, una continua bofetada sobre las gentes que viven en los pueblos y sobre su forma de vida. Una agresión por parte de estos ruralitas impostados que pretenden imponer sus prohibiciones y sus dislates a los lugares en los que se acogen y a cuyas gentes, formas de vida y costumbres, aunque canten cursis alabanzas pastoriles en realidad los desprecian una presunta superioridad y contemplan desde una soberbia asfáltica.
En la pantalla, ¡qué bonito! pero en la puerta de su casa de fin de semana, de asueto o ahora de ordenador perpetuo, no quieren vacas que caguen ni que mujan, ni gallos que canten, ni ovejas que huelan a oveja, ni respetan, esa es otra, «porque son de todos», bosques, ni setas, ni huertos ajenos, ni frutas que no han regado. No quieren que haya allí nada que les estorbe en su idílico 'paraíso' ni nada que les su 'postal' para compartir en las redes. Ni labrados, ni labriegos, ni tractores ni pastores, ni reses, ni perros. Un campo, sin quien la cultive ni la pastoree y viva de lo que siempre ha vivido. Una tierra sin campesinos ni ganaderos. Sin gente. Bueno, camareros sí. Y servicios, claro.
PD: Resulta cada vez más urgente y perentorio recuperar la ancestral institución del pilón.