Carlos Rodrigo

Entre columnas

Carlos Rodrigo


Triunfar

13/05/2024

Esta semana me han coincidido diversos aconteceres y acontecimientos: partido del Madrid, la obra teatral 'Prima Facie', una graduación de segundo de bachillerato, y unas dinámicas laborales de gestión del tiempo.
En los cuatro sobrevolaban, salvando marcos y distancias, diversos sentimientos y estados de ánimo, dos especialmente, la competitividad y el ansia de triunfo.
Yo soy del Barcelona, así que pasaremos de puntillas por el Bernabeu. Es cierto que soy un tipo raro al que le gusta el fútbol y disfruta si los equipos españoles ganan en Europa. Confieso que si hubiera ganado el Bayern hubiera dormido igual de bien o mal, tampoco hay que mentir… aunque reconozco que caducó aquella frase de Lineker «el fútbol es un deporte de 11 contra 11 en el que siempre gana Alemania» y que ahora reina el Madrid. Pero más allá del negocio y la deriva más atlética (física, no colchonera) que artística que ha tomado el deporte, me gusta que los tipos como Joselu demuestren a base de talento, cabeza y pundonor, que aún se puede triunfar compitiendo lealmente, disfrutando y penando con tu oficio que, como todos, muchas veces odias y has pensado mandar al guano.
La misma sensación, más amarga, la tuve viendo a una espléndida Vicki Luengo interpretando Prima Facie ( adagio jurídico que significa 'a primera vista', «lo que en principio parece»), un monólogo multipremiado de la abogada y dramaturga Suzie Miller que para mi gusto, en su versión española, podría haberse adaptado más fehacientemente a nuestra realidad social y jurídica, de una mujer aparentemente triunfadora y cómoda dentro de un sistema creado para premiar al que destaque dentro de unas reglas del juego, que obviamente acaban por engullirte según las cartas que tengas, cómo las juegues y en que lado de la mesa estés. Competir, triunfar o perder, es un juego divertido si manejas los hilos y minimizas las pérdidas, pero es implacable si es un tema personal y vital que te ultraja lo más íntimo. 
Me encantan las graduaciones, más allá de sentirme irremediablemente viejo, disfruto de los looks imposibles y de comprobar cómo los que estamos realmente estresados somos los adultos que no paramos de hablar de competencia, presión, de cotillear qué va a hacer el otro mientras los chavales disfrutan del momento. Por eso, cuando oigo comentar que el mundo cambia una barbaridad, no sé si se referirán a nuevas y refinadas técnicas de transmisión de nuestras frustraciones a los chavales.
Y efectivamente… nunca supe racionalizar y gestionar mi ¿agenda?, estoy rodeado de ladrones de tiempo, indetectables Vinicius que me roban la cartera constantemente… 
Mientras procastino, un padre alto, guapo, rico, con pelo, así como yo… interrumpe mis cuitas «mira a los chicos, jugando fútbol, pasando de todo». Me deja con la palabra en la boca mientras saluda a no sé qué futuro contacto que ha visto. Y yo, aprovechando que soy invisible, esquivo la graduación un rato y escapo a ver si los chicos me permiten triunfar perdiendo un poco de tiempo con ellos.